viernes, 1 de marzo de 2013

Verde Grama























“Football isn’t a matter of life and death. It’s much more than that…”
(William “Bill” Shankly / DT del Liverpool FC)


 Ya que lo preguntas y porque tu mano tiembla al sostener esa pistola en mi nuca – solo por eso -  te contaré mi historia.


Mi nombre es Nikolai Truschevych, y nadie cuidó la portería del Dynamo de Kiev como lo hice yo.

Nuestros caminos – tu verdugo, yo víctima – nunca se hubieran cruzado si en Septiembre de 1941 el ejército alemán no toma la ciudad de Kiev tras el inicio de la Operación Barbarroja.  Ni hubiera existido el equipo de futbol Start SC si tras la ocupación medio millón de personas no son condenadas a la indigencia por el ejército alemán, que buscó matar de hambre y frío a una parte de la población ucraniana que consideraban indeseable.


Y yo hubiera muerto- como muchos hombres, mujeres y niños lo hacían en mi ciudad -  si Josef Kordnik, fanático del Dynamo de Kiev y administrador de la Panadería Kiev número 3, no me descubre hurgando entre la basura y reconoce en ese vagabundo famélico al guardameta y capitán del equipo campeón de la de futbol de 1939. 


Josef  salvó mi vida, porque el precio por ayudar a un ucraniano sin permiso de los alemanes era la muerte, pero todo se podía comprar en Kiev, desde una barra de jabón hasta una vida, y esta última solía ser muy barata. Me instalé en la panadería como conserje por comida, ropa y un rincón para dormir.  


Kordnik  tuvo una ocurrencia: buscar a los jugadores del equipo y participar en un torneo organizado por los alemanes. Éstos querían darle un aire de normalidad a la conquista, los ucranianos buscaban un escape de la realidad,  Josef Kordnik consiguió un negocio redondo  y yo solo intentaba vivir un poco.


Encontré a siete de mis compañeros, entre los que estaban  Oly Klimenko, un defensa impasable, Ivan Kuzmenko – nuestro “diez” y el mejor anotador de la liga -   y Makar Honcharenko, que vivía en casa de su suegra, siempre con un pie en la calle. Makya era nuestro “siete” indispensable, el orquestador del medio campo. 


Por chismes y comentarios recabados aquí y allá, completé la oncena con tres jugadores adicionales del Lokomotiv, el otro equipo de Kiev y nuestro acérrimo rival: Vladimir Balakin, Vasil Sukharev,  Misha Melnyk.  Apenas estábamos completos.


Gracias a la creciente demanda de pan de parte del ejército alemán, la oncena pudo ocultarse y laborar en la panadería.  


Entrenábamos en un baldío, después del trabajo. En poco tiempo, a pesar del cansancio y la alimentación inadecuada, funcionamos como un reloj.


¿Y cómo nos llamaríamos? Ni Dynamo ni Lokomotiv. Seríamos algo nuevo, un inicio: el FC Start.

Aún así, dudamos: ¿Lo que hacíamos era colaborar con los alemanes? Después concluimos que  en la cancha era donde podíamos enfrentar de igual a igual al rival, y quizá vencerlo. 


Solo nos queda el futbol – les dije – el resto se lo llevó la puta guerra.


Debutamos contra un equipo de la guarnición húngara el 21 de junio de 1942, en la cancha oficial del Dynamo de Kiev: el estadio Zenit. Los  entusiastas húngaros no opusieron resistencia: cayeron 6 a 0. Al finalizar el partido nos pidieron autógrafos y el árbitro,  un furibundo teniente de las SS, los corrió a silbatazos de la cancha.


Después, la guarnición alemana presentó a su equipo. Les recetamos un 7 a 2 memorable. Cuando la goleada quedó decretada, algunos aplausos de los asistentes ucranianos se anunciaron,  tímidos.

El cinco de julio fue turno de los rumanos y los apaleamos con un contundente 11 a cero. Lejos de molestarse por la derrota, al final ellos también aplaudían. Los alemanes reprendieron a sus aliados, que parecían simpatizar más con nosotros que con ellos.


En cada juego las gradas se iban llenando con más espectadores kievitas, y cada vez estos se mostraban más atrevidos en su apoyo. De nada valían los guardias con subametralladoras y perros: al igual que nosotros en la cancha, no se dejaron intimidar. 


Enfrentamos con otro equipo alemán, en este caso de los ferrocarriles militares. Tipos rudos, sin llegar a ser sucios, se llevaron nueve goles sin poder anotar uno solo. El equipo PGS, también alemán, mordió el polvo la semana siguiente con un contundente 6 a cero. 


Nuestro rival más exigente fue el MSG Gal, un equipo húngaro. Jugamos dos partidos, uno de “ida” y otro de “vuelta”.  Se movían con soltura y eran rápidos, pero dimos cuenta de ellos con un apretado 3 a 2, rematando  con un 5 a 1. 


A esas alturas, el FC Start  era el rival a vencer y el siguiente adversario era el Flakelf, de la Fuerza Aérea Alemana, que llegaba con fama de invicto. Vencimos 5 a uno. 


El entrenador  alemán exigió la revancha de inmediato, fijándose la fecha para cinco días después. 


El nueve de Agosto de 1942, el Zenit lucía lleno completo: la oficialidad alemana se instaló en los palcos, el Gobernador Militar de Ucrania, el general Friedrich Eberhardt, ocupaba el puesto de honor.  El resto del inmueble lo abarrotaban miles de kievitas, a pesar de que el costo de la entrada era un tercio del sueldo mensual de un obrero.


El árbitro del partido, el teniente SS Waffen Erwin Ross, se presentó ante nosotros en el vestidor, impecable en su uniforme negro. 


Verde GramaSigan las reglas - dijo en perfecto ruso -  jueguen limpio, y cuando salgan al centro del campo, saluden con el brazo bien en alto, a nuestro modo…


¡De ninguna manera haríamos el saludo nazi! 


En el centro del campo, mientras los alemanes levantaron el brazo derecho, pronunciando el consabido Sieg, Heil!  El Start  correspondió con el “¡Hurra!”, el grito de guerra del Ejército Rojo. En las gradas alemanas surgió una sonora rechifla: muy a su pesar, lo conocían muy bien. 


El balón ya rodaba por el pasto cuando descubrí  algo sorprendente: ¡El Flakelf  se había reforzado con jugadores del Bayern Munich


¿Cómo los habían podido llevar hasta Kiev en solo cuatro días?  Sentí un hueco en el estómago: esto ya no se trataba de un simple partido de futbol. La guerra se había mudado a la cancha.


En el minuto cinco, un delantero alemán se descolgó hasta nuestra área y recibió un magistral  pase desde medio campo.  Salí a marcarlo, pero al lanzarme por el balón, el alemán descerrajó un rodillazo directo a mi cabeza.  El balón se escurrió al fondo de la red y yo quedé noqueado en el césped. El silbante dio el gol por bueno. Por vez primera íbamos abajo en el marcador. 


Desde el inicio, el Flakelf  intentó amedrentar a Makar Honcharenko a base de juego sucio, pero Makya campeó en la media con la serenidad de quién riega el jardín de su casa, indiferente a las agresiones y a la ceguera del árbitro. 


Más atrás, Oli Klimenko, el más joven del equipo, y el enorme veterano Misha Putistin, organizaron una línea defensiva de cuatro que no dejó pasar ni al viento.  Bajo los tres palos, yo estaba ciego como un topo, con un dolor de cabeza insoportable.


En el minuto veinticinco, Vasil Shukarev avanzó a treinta metros del arco rival y fue derribado tan arteramente, que  Erwin Ross no tuvo más remedio que marcar tiro libre directo a favor de Start.

Ivan Kuzmenko sonrió al portero, como un tiburón lo haría con un banco de sardinas, y encajó un brutal  cañonazo en el ángulo superior de la portería del Flakelf. Comprendí porqué practicaba con un balón tres veces más pesado que el reglamentario. 


Diez minutos después, Honcharenko tomó un despeje a mediocampo y el Flakelf  cubre a los posibles receptores de su pase… pero Makya burla a toda la defensa alemana, fusilando al portero con un tiro raso que besó la red. 


El árbitro tenía el gesto agrio y dio por terminado el primer tiempo. En el vestidor nos esperaba  Josef Kordnik. Todo su entusiasmo previo se había evaporado: lo acompañaba un mayor de la Waffen SS, que sin esperar más, habló con la costumbre de quién se sabe obedecido. 


Han hecho un gran juego,  pero consideren que en su caso no existe posibilidad alguna de triunfo, dentro o fuera de la cancha. Piensen muy bien en las consecuencias. 


Dijo esto sin emoción alguna, y de inmediato abandonó nuestro vestidor, con Kordnik pisándole los talones. Antes de salir, Josef nos rogó que dejáramos ganar al Flakelf


En esto, dijo, se les va la vida. No vale la pena: hoy conviene perder para vivir.


Una delegación de rumanos llegó como una tromba, portando una cesta con fruta: hacía un año que no veía una manzana y todavía más de tocar una naranja. Cerré los ojos mientras trituraba un gajo en mi boca. El jugo dulce me llevó a un lugar lejos de la guerra y dejé que escurriera por mis labios y hasta la barbilla.  Es mejor que llorar, pensé. Una mano posada en mi hombro me hizo volver a la realidad. 


Pártanles la cara, me dijo un soldado rumano con ojos rabiosos antes de salir de nuestro vestidor con sus compañeros: háganlo por Ustedes y por los que no tenemos vela en este entierro… 


¿Qué seguía? Lo pensamos solo un minuto. Después salimos a vencer al Flakelf.


Para el minuto ochenta, una lluvia de goles había caído en la cancha: ante un público local cada vez más intimidante, el equipo alemán desistió  en sus tácticas violentas y jugamos como no se hizo jamás en el Zenit. 

Cayeron otros cuatro goles, pero solo uno entró a la portería del Start: ganábamos cinco a dos.

Entonces Oli Klimenko interceptó un balón y burló a todo el Flakelf. Rápido y ágil, el pequeño defensa superó  la apurada salida del guardameta alemán y quedó solo frente a la portería rival: era el sexto y apabullante gol, pero se detuvo en la línea de meta y evitó que el balón entrara a la portería: mirando con desafío a Friedrich  Eberhardt, el Carnicero de Babi Yar, Oli pateó con furia el balón de vuelta hacia el medio campo.  El Zenit se vino abajo, retumbando en el rugido enorme del público.  Erwin Ross había tenido suficiente y suspendió el partido a cinco minutos del final. 


Una semana después, dos camiones de la Gestapo llegaron hasta la Panadería Kiev Número 3. 


Uno a uno –discretamente- fuimos llamados a la oficina de Josef Kordnik. Fuimos arrestados y nos trasladaron  al campo de concentración de Zyrets. Éramos nueve, porque a Oli Klimenko y a Kolya Korotykh los habían detenido tres días antes: a Oli por la jugada que había parado de cabeza al Zenit y a Kolya por ser miembro activo del partido comunista. Oli murió durante un violento interrogatorio y Kolya fue torturado quince días más, hasta que su corazón decidió detenerse para siempre. 


Nuestro fin sería más o menos el mismo, pero no creí que nos dejaran vivir tanto, pero aquí estamos. Tú, verdugo y yo, víctima. 


Tú dudando en matar y yo decidido a morir: pero yo moriré en casa, en la tierra de  mis padres, la que será de mis hijos. Tú morirás lejos. Y cuando tus huesos rueden perdidos junto a los de tus cómplices - sin tumba y sin descanso -  yo reposaré  en el lugar que me corresponde. 


Disfruta tu primera bala, porque sobrevivirá mucho menos que mi última palabra: cuando se disipe el estallido, ya estaré lejos y seré leyenda, porque hemos vencido esa y todas las tardes anteriores. Porque me podrás matar a mí - nos podrán matar a todos - pero la verde grama en la cancha del Zenit es nuestra para siempre, y  tú no puedes hacer nada para cambiarlo.




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