viernes, 16 de julio de 2010

Espacio en el Tiempo


Viendo tu fotografía en el periódico, caigo en cuenta que por ti no había pasado el tiempo desde nuestra graduación de la escuela preparatoria. Soy especialmente sensible a esos cambios: noto como voy dejando de ser aquella persona que quería ser y que poco a poco va difuminando la erosión inclemente de los días.

Pero te alcanzó el tiempo de repente y lamento no haberte saludado aquellas veces que te vi de lejos. En todo caso, mi descortesía siempre tuvo un motivo, y por eso a lo largo de los años evité llegar hasta donde estabas para no echar a perder el rato. Para no romper el momento.

Recuerdo entre varias una ocasión: estabas en un parque cercano a la casa de mis padres. Jugabas con un niño de tres o cuatro años, seguramente tu hijo. Lo hacías girar por encima de tu cabeza, con suavidad y cuidado mientras él abría los brazos, estirando la punta de sus dedos, estallando con cada carcajada. Tú tenías los ojos cerrados y también reías. Aproveché para verlos de lejos, acercarme hubiera roto la comunión y el instante de algo tan fugaz. Seguramente, pensé entonces, eso es la felicidad.

Te vi otras veces. De lejos. De paso. De prisa. Nunca hubo oportunidad de cruzar palabras, de intercambiar datos, suertes, direcciones. Y siempre me quedé con ese día en el parque identificándote con los que ya tienen la vida encarrilada, segura, duradera, predecible, recordándola así en un recuento fugaz de las vidas de los otros.

Fuiste esa imagen hasta la mañana de hoy, en que una esquela del periódico informó que habías muerto, que desde aquellos años hasta ahora, habías tenido (dejado) dos hijos más. Verás, no encuentro la forma de decirte como duele no haber cruzado una calle transitada, una acera lluviosa, o un par de escaleras para darnos un poco de espacio en el tiempo para despedirnos.