Ahora mismo estoy conociendo tu país desde la ventanilla del avión.
Es grande, y aunque esto ya lo sabía, me sorprende descubrirlo por mí misma. En mi país, los pequeños bimotores de nuestra aerolínea local lo atraviesan de lado a lado en un par de horas y les sobra tiempo.
Desde acá arriba veo campos arados, pastizales extensos o bosques impenetrables. Veo montañas que desde el suelo deben ser majestuosas y retadoras, pero desde las alas del Airbus que me trae hasta acá, parecen pequeñas y humildes. Allá abajo, pasan lentas y heladas, mientras volamos a ochocientos noventa kilómetros por hora, a veinticinco mil pies de altura. Desde aquí paso revista a las serranías de tu tierra. Como jirones y manchas veloces de verdes oscuros y marrones van asaltando mi horizonte, casi como me lo constaste alguna vez.
No sé como son tus ciudades. Por más que las imagino me pregunto ¿Qué magia tienen? ¿Qué miseria esconden los rascacielos, los monumentos, los neones? ¿Qué historias oscuras podrían contar sus paredones y sus calabozos, los claustros y los monasterios, las fortalezas de tu ciudad? Sabrás, por que te lo he dicho, que en mi país no hay héroes. Allá solo existen los ciudadanos, y los ejércitos, que ya solo existen por costumbre, se aburren en los cuarteles... Es triste que un país tenga tantos héroes, por que para que estos existan son indispensables los canallas.
Estoy emocionada, pero el ronroneo de los motores me arrulla y finalmente, duermo. Sueño desde la isla presurizada de mi asiento, desde la península minúscula de mi patria (donde deseo que solo habitemos dos personas) ¿Qué me espera allá abajo? Yo solo acudo a encontrarte... ¡Y me mandas a tu país por delante a recibirme!
El manto de nubes interviene: las hay delgadas como sábanas e intervienen en esta breve introducción con montañas. ¿Sabes? He aprendido demasiado de este país y de su historia, su sucesión de partos solitarios, de batallas perdidas, y también que detrás de las letras muertas, palpita todo lo que muy pronto me enseñarás: Lo que no conozco de sus sueños y sus secretos. Su fe ante el dolor pesado y espeso de la incertidumbre, barnizado de una alegría desesperada, pero auténtica y sólida como un buen cimiento.
Sueño con sus sonidos particulares, los que se conocen por la noche.
Bajo mi pie murmuran la madera joven, el canto rodado de algunas calles y la cálida carne de su cantera. Ásperos son en mi imaginación el granito de sus templos y el basalto de los monumentos. Todo envuelto en música de mar, de aire, de sol nuevos y que ignoro, pero poco a poco reinvento... En fin, no sé si algún día te llegue a contar esto: me siento indefensa cuando logras traspasar mi mente y conoces lo que pienso, aunque intuyes lo que yo retengo ¿No es esto lo más privado que tenemos? El cuerpo se posee y hasta se intercambia, pero no existe callejón más privado que la conciencia y la memoria concreta. Me da miedo pensar que somos extraños aún conociéndonos. Estar tan cerca y tan lejos.
“El piloto aplica los aerofrenos. Son las seis de la tarde y los techos de lámina de las fábricas de tu ciudad brillan como las escamas del pez dorado y ardiente de los agostos mexicanos. Son novedades que no aparecían relatadas en tus cartas y no me gustan. Las fábricas y su rutina son tan antagónicas al viento (y a ti y a mí) como lo son la libertad a la corona. El avión tomará pista en un par de minutos: ¡Te extrañé tanto por tantos meses y ya voy a verte! El cielo sucio de tu ciudad me recibe como una asquerosa sonrisa de dientes amarillentos por la nicotina. Cortamos el smog de tu país, quizás ya lo respiro y esto ya es algo. ¿Habrá traducción al español para mi nombre? Lo ignoro. El lenguaje de tu tierra es autocrática como la lumbre y, para mí, musical como la lluvia. A ciento ochenta kilómetros por hora, tocamos en llantas de caucho la pista. Nos movemos cada vez con más lentitud... el avión ha parado totalmente: estoy llamando a tu casa. ”
Es grande, y aunque esto ya lo sabía, me sorprende descubrirlo por mí misma. En mi país, los pequeños bimotores de nuestra aerolínea local lo atraviesan de lado a lado en un par de horas y les sobra tiempo.
Desde acá arriba veo campos arados, pastizales extensos o bosques impenetrables. Veo montañas que desde el suelo deben ser majestuosas y retadoras, pero desde las alas del Airbus que me trae hasta acá, parecen pequeñas y humildes. Allá abajo, pasan lentas y heladas, mientras volamos a ochocientos noventa kilómetros por hora, a veinticinco mil pies de altura. Desde aquí paso revista a las serranías de tu tierra. Como jirones y manchas veloces de verdes oscuros y marrones van asaltando mi horizonte, casi como me lo constaste alguna vez.
No sé como son tus ciudades. Por más que las imagino me pregunto ¿Qué magia tienen? ¿Qué miseria esconden los rascacielos, los monumentos, los neones? ¿Qué historias oscuras podrían contar sus paredones y sus calabozos, los claustros y los monasterios, las fortalezas de tu ciudad? Sabrás, por que te lo he dicho, que en mi país no hay héroes. Allá solo existen los ciudadanos, y los ejércitos, que ya solo existen por costumbre, se aburren en los cuarteles... Es triste que un país tenga tantos héroes, por que para que estos existan son indispensables los canallas.
Estoy emocionada, pero el ronroneo de los motores me arrulla y finalmente, duermo. Sueño desde la isla presurizada de mi asiento, desde la península minúscula de mi patria (donde deseo que solo habitemos dos personas) ¿Qué me espera allá abajo? Yo solo acudo a encontrarte... ¡Y me mandas a tu país por delante a recibirme!
El manto de nubes interviene: las hay delgadas como sábanas e intervienen en esta breve introducción con montañas. ¿Sabes? He aprendido demasiado de este país y de su historia, su sucesión de partos solitarios, de batallas perdidas, y también que detrás de las letras muertas, palpita todo lo que muy pronto me enseñarás: Lo que no conozco de sus sueños y sus secretos. Su fe ante el dolor pesado y espeso de la incertidumbre, barnizado de una alegría desesperada, pero auténtica y sólida como un buen cimiento.
Sueño con sus sonidos particulares, los que se conocen por la noche.
Bajo mi pie murmuran la madera joven, el canto rodado de algunas calles y la cálida carne de su cantera. Ásperos son en mi imaginación el granito de sus templos y el basalto de los monumentos. Todo envuelto en música de mar, de aire, de sol nuevos y que ignoro, pero poco a poco reinvento... En fin, no sé si algún día te llegue a contar esto: me siento indefensa cuando logras traspasar mi mente y conoces lo que pienso, aunque intuyes lo que yo retengo ¿No es esto lo más privado que tenemos? El cuerpo se posee y hasta se intercambia, pero no existe callejón más privado que la conciencia y la memoria concreta. Me da miedo pensar que somos extraños aún conociéndonos. Estar tan cerca y tan lejos.
“El piloto aplica los aerofrenos. Son las seis de la tarde y los techos de lámina de las fábricas de tu ciudad brillan como las escamas del pez dorado y ardiente de los agostos mexicanos. Son novedades que no aparecían relatadas en tus cartas y no me gustan. Las fábricas y su rutina son tan antagónicas al viento (y a ti y a mí) como lo son la libertad a la corona. El avión tomará pista en un par de minutos: ¡Te extrañé tanto por tantos meses y ya voy a verte! El cielo sucio de tu ciudad me recibe como una asquerosa sonrisa de dientes amarillentos por la nicotina. Cortamos el smog de tu país, quizás ya lo respiro y esto ya es algo. ¿Habrá traducción al español para mi nombre? Lo ignoro. El lenguaje de tu tierra es autocrática como la lumbre y, para mí, musical como la lluvia. A ciento ochenta kilómetros por hora, tocamos en llantas de caucho la pista. Nos movemos cada vez con más lentitud... el avión ha parado totalmente: estoy llamando a tu casa. ”