martes, 28 de febrero de 2012

Hombre Ciego Soñando a su Hijo










Añoro asir los colores,
paraísos rebeldes que estallan violentamente como ruidos
en tus ojos.
Y quisiera que la noche,
(mi estación eterna)
se disipara de vez en cuando:
que mi pupila se disciplinara a todos los nombres que me son abstractos,
- me refiero a cosas banales, ligeras como telarañas-
como la llovizna que pasea vertical sobre mi rostro.
Porque añoro el tacto amigo,
tan diferente a mi cotidiano asir temeroso sobre tu hombro
(tan frágil y tan niño)
Que yo sé que para tí pesa,
como si mi andar fuera un castigo.
Quiero poder señalar para tí lo que vemos al pasar,
colocarle el nombre justo al color de tu pelo
a la emoción de tus pasos y tus besos.
Porque no se si te vas quedando indefenso con el tiempo
con la bondad has engendrado
al comprender mis tropiezos
al disculpar mis palabras altisonantes a Dios,
(ese Ciego Eterno)
que me robó la necesidad de mirarnos poco a poco.
Porque nos negó los lugares comunes:
nunca correremos juntos con un perro,
porque los papalotes en el cielo son fantasías que no comprendo,
y aunque las flores son maravillas que descubro,
en mitad espinas y aromas,
Siento que no cambiarías tu voz por lo que significaría no conocernos.
Hijo,
Te voy dejando libre poco a poco,
y debiéndonos tanto uno al otro
me tocó representar para tí,
-en el mismo renglón agudo-
en igual proporción a la dignidad y a la desgracia,
y aunque nos privamos mutuamente de las visiones típicas,
las hemos logrado intercambiar por palabras provechosas.
Ese será nuestro íntimo tesoro:
conservaremos el mudo sabor del tacto
y la electricidad del consuelo instatáneo,
manteniendo la maravilla de hablar de más para reinventar
todo paso a paso en nuestro provecho.
Pero ahora anochece
a tientas acomodo tu almohada
y mientras duermes,
yo también comienzo a soñar:
entre la neblina y la oscuridad,
puedo apostar que adivino tu rostro.