lunes, 17 de agosto de 2009

TREN DE LARGO RECORRIDO

Subimos al vagón de Metro como todos los días, siempre a la misma hora para hacer el mismo recorrido. A veces, ella reconocía a algún pasajero: intercambiaban sonrisas, saludos breves, señales de reconocimiento, esas que se dan entre extraños cordiales.

La acompañé en silencio, como suelo hacerlo, hasta el portón de la escuela. Esperamos brevemente, pues a las cinco en punto salen los niños con sus libros y su gritería, rodeándome, perdiéndome un poco entre ellos, como entre un cardumen de peces dorados. Uno de ellos la toma siempre de la mano y caminamos los tres de vuelta a la estación, mientras el sol se escurre por las ramas de los árboles, entre la tristeza y el poniente.

En invierno, cuando oscurece temprano y las luces interiores del vagón tardan en encenderse algunos minutos, ella descansa la barbilla sobre su pecho, como si dumiera, pero en realidad se despide del mundo brevemente para acariciar con ternura el pelo del niño adormilado en su regazo. Entonces el tiempo parece detenerse, mientras ellos se arrullan con el continuo deslizar de las ruedas viajando sobre rieles. A veces, si forzo la vista un poco más, puedo verla llorar en silencio, como suelen hacerlo las mujeres fuertes.

Entonces me doy cuenta del paso de los meses, de los días, y me siento infinitamente triste por haberlos dejado solos, sin haber escrito una nota de despedida.

2 comentarios:

joko dijo...

vientos Pepe, ademas buena rola de los doobie brothers.

Unknown dijo...

Extraños cordiales.

Que buen termino mi estimado.

Saludos del Marqués de Carabás.